1.-
El año 2008 comencé mi primer nivel de certificación en el método Iyengar. En 2011 viajé por primera vez a India para estudiar en el RIMYI, donde B.K.S. Iyengar himself aún practicaba a diario. No dictaba clases abiertas, pero su voz estaba presente en todas las clases de su nieta Abhijata (hoy cabeza del método): observaba, corregía, enseñaba a mirar.
Cuando se habla del Iyengar como método, la palabra que inevitablemente aparece es alineación. No es un detalle. Iyengar decía:
“La estructura de un asana no puede cambiar pues cada asana es un arte de sacralidad en sí misma (…) Es necesario estudiar la estructura de cada asana aritmética y geométricamente (…) Aparte no está bien ejecutar las asanas según la flexibilidad y movilidad propias. Hay que amoldar el cuerpo al asana y no al revés. No es ético realizar asana según la propia conveniencia.”
Durante años, esa claridad fue entendida como sinónimo de verdad. Pero con el tiempo esa idea empezó a tambalear.
2.-
Quienes llevamos tiempo en esto del yoga, hemos visto cómo la noción de la alineación ha sido —y sigue siendo— ampliamente cuestionada.
Razones hay:
– Todos los cuerpos son diferentes, y pretender que hagan las mismas acciones es desconocer su variabilidad estructural.
– La obsesión con la alineación puede rozar el autoritarismo, impidiendo que las practicantes desarrollen agencia sobre su cuerpo y experiencia.
– Durante décadas se repitió que la alineación previene lesiones, y hoy sabemos que tanto el dolor como las lesiones son fenómenos multifactoriales.
A esto se suma algo que me interesa especialmente: la alineación no es exclusiva del método Iyengar ni del yoga. Está en casi todas las disciplinas físicas: en el ballet clásico, en la gimnasia, en el levantamiento de pesas, en el tenis. En todas hay formas de «alinear» el cuerpo según un ideal técnico, una dirección, una promesa de eficiencia o de belleza.
Y, aunque cada disciplina le da su propio significado, lo que comparten es una cierta fe en la forma: quizás, si se sigue la «línea correcta», algo se ordena también adentro.
3.-
Permítanme un desvío:
Hace un tiempo leí el libro de la dibujante y ensayista sueca Liv Strömquist (de quien soy fan), titulado: La voz del Oráculo.
En el libro, ella estudia y cita al filósofo y sociólogo alemán Hartmut Rosa, quien sostiene que vivimos en una época marcada por la aceleración social y por la, oh sorpresa, exaltación de la individualidad.
Hoy todo parece depender de nuestra capacidad de decidir. Podemos —al menos en teoría— elegir absolutamente todo:
qué comer, cómo movernos, a quién amar, en qué creer, qué practicar, qué dejar, qué mirar, qué comprar.
Esta promesa de libertad se convierte, paradójicamente, en una fuente de ansiedad.
Cada decisión implica haber dejado atrás mis posibilidades sin realizar. Y, según Rosa, esa sensación constante de tener que elegir, definirnos, optimizarnos y justificarnos genera una forma de alienación contemporánea: la obligación de volver el «yo» un proyecto permanente.
Necesitamos saber qué queremos, cómo nos sentimos, qué necesitamos; necesitamos introspección para no equivocarnos. Pero la vida es impredecible, y la introspección requiere tiempo.
El resultado es un agotamiento silencioso, un cansancio de tener que ser siempre autónomas, de tener que decidir por nosotras mismas hasta el más mínimo detalle (¡y eso que ni nos metemos en el narcisismo que todo esto genera!)
4.-
Vuelvo al Yoga:
Pienso entonces que, más allá de sus problemas y excesos, la alineación puede ofrecer algo que se vuelve valioso en este contexto: una forma de claridad, (no como dogma, si no como alivio).
En un mundo donde todo depende de nuestra capacidad de elegir, no tener que decidirlo todo puede sentirse como un pequeño descanso.
Recuerdo una clase en India en la que Iyengar interrumpió a Abhijata y gritó:
«¡Están pensando demasiado! ¡No piensen, hagan!»
En ese momento, cuando yo había viajado medio planeta para aprender y «pensar», me sorprendieron muchísimo esas palabras. Pero, con el tiempo, entendí que, quizás, para él «pensar» significaba dudar, y que la duda interrumpía el flujo de la acción. Él era Iyengar, su certeza era total: él sabía qué estaba bien y qué estaba mal.
Hoy todas podemos ver la sombra de esa «claridad» —la violencia de sus correcciones, la autoridad incuestionada—, pero también reconozco su efecto inesperado: por unos minutos, no había que decidir nada. Bastaba con seguir una dirección precisa, y eso, en medio de la sobrecarga mental y emocional de la vida actual, puede sentirse como refugio, ¿quizás?
5.-
Por supuesto que no estoy defendiendo el autoritarismo ni la rigidez técnica. Pero sí me parece interesante pensar en cómo, en ciertos contextos de nuestra vida, la estructura es contenedora. Si bien la alineación no es la única manera en que la práctica o enseñanza del yoga puede ser estructurada, me parece interesante pensar en cómo una pauta clara puede ofrecer cierto reposo frente a la dispersión.
Cuando enseño, trato de sostener ese equilibrio: ver a quienes están allí, escuchar su voz y sus cuerpos, ajustar la instrucción ojalá para cada una/o. A veces, hay más espacio a la exploración y al juego; otras, hay más rigurosidad con las direcciones y la alineación. No desde la obsesión con la forma correcta, sino porque sé que en medio de esta hiperaceleración constante, a veces descansar en la voz y guía de la profesora puede ser una manera de dejarse sostener.
Al menos, esa es la intención. Y, como casi todo, sigue siendo un trabajo en desarrollo.
Las reflexiones de estos textos son muchísimas veces inspiradas por las múltiples conversaciones que aparecen en nuestras clases regulares. Si te interesa sumarte, los horarios son estos, toda la info está haciéndole click:
Si los horarios no te sirven, el sábado 15 de noviembre daré ESTE TALLER, donde quizás podemos encontrarnos y conversar… ¡sería lindo!
Muchas gracias por leer, hasta la próxima 💖








