“Pero ¿qué es lo esotérico? Lo esotérico es el bosque. Para alcanzar el significado último de lo que acontece en el orden de lo humano hay que apartarse de ese orden. Hay un resto de esclavitud y ceguera en todo aquello que se formula dentro de ese orden. Respira quien sale de él por primera vez. Por primera vez está solo. Siente terror y provoca el terror. El bosque es el fragor de la tropa salvaje, de los lobos de dos patas y del silencio de los renunciantes (…) ¿Qué es lo esotérico? El pensamiento más cercano a la imagen que las cosas tienen de sí mismas.”
Roberto Calasso, Ka.
En el ámbito espiritual, es común que el deseo se vea como una trampa, como algo que debemos controlar o eliminar, muchas veces en pos de una promesa de libertad. En ese «deseo no desear», (que también suena a trampa), primero debemos comprender qué es lo que deseamos. Sin embargo, el deseo es misterioso, como ha escrito Alexandra Kohan, psicoanalista y autora argentina: “el deseo es inconsciente, no es lo que decimos que queremos. A veces no sabemos (…) por qué deseamos algo, ni de dónde viene la fuerza para sostenerlo.»
Practico yogāsana desde los 17 años y doy clases desde los 22. La práctica, estudio y enseñanza de yoga siempre le han dado mucho sentido y sustento a mi vida. Aún así, hace un poco más de 5 años, tomé la oportunidad de comenzar a trabajar junto a mi hermano mayor, quien es director de cine, guionista y productor. Estos años han sido especiales: por un lado, la necesidad de dar muchas clases disminuyó y he podido explorar nuevas áreas de estudio y conocimiento. Tener este trabajo paralelo me permitió, además, generar una especie de distancia y observar el goce que me entrega hacer clases, cuestionar las creencias asociadas a la filosofía del yoga y, especialmente luego de lesionarme, cuestionar también el método que practico y enseño. Me gusta comparar esa distancia con algo que se me dijo en mis primeras clases de yoga, en savāsana: «Observa tus pensamientos desde una perspectiva de testigo, sin apego, como cuando vemos las nubes en el cielo.» Jamás olvidé esas palabras pues, antes de ese momento, nunca había pensado que podía adoptar una posición así frente a mi misma. Pero no sólo se puede, es muy importante hacerlo.
Esa distancia, inicialmente interna, creó el espacio para desear nuevas cosas. Comencé a sentir que quizás no fuera mala idea, de tener la oportunidad, quedarme en silencio un tiempito y profundizar en mi capacidad de escucha. Esto estaba conectado directamente con mi nuevo interés en el mundo audiovisual, donde era completamente una aprendiz. Sentí cierto alivio al dejar de ser «la que sabe» , (¿qué es una profesora sino, la que sabe?) y, sobre todo, me di cuenta que deseaba descansar por un ratito de la carga de gestionar todo, todo lo relacionado a mi espacio de enseñanza.
Querer querer, desear desear.
Como profesora de yoga, estoy bastante familiarizada con la reacción de lucha o huida, con cómo el ritmo de vida que llevamos, muchas veces nos mantiene en una alerta constante y, en especial, en cómo la práctica de āsanas y prānayāma nos puede enseñar a llevar a nuestro sistema nervioso a un lugar más tranquilo, detener las corrientes, habitando y honrando el ritmo del cuerpo, comprendiendo que el de la mente es incansable e insostenible a largo plazo. Aún así, habiendo pausado mis clases, entrar a trabajar en este mundo nuevo fue como lanzarme a un mar en donde todo sucedía de manera opuesta: Entre la excitación natural que implica estar en un lugar totalmente nuevo y lo que ese lugar requería, era un andar al ritmo de la mente constante: olvidar al cuerpo sentado en una silla por horas, muchos problemas que solucionar, muchos cuidados que atender. Y, ¿el rodaje?: ¡adrenalina pura! Es difícil de explicar. Con mi historia, fue como pasar de un tipo de vida a su opuesto pero, para encontrar el centro, a veces es necesario explorar los límites.
Durante esta experiencia fui comprendiendo algunas cosas que son muy significativas. Desde lo más obvio hasta lo más sorprendente. Desde lo más práctico hasta lo más trascendente:
Sentarse tanto tiempo deteriora al cuerpo de manera progresiva y a gran velocidad: Si bien casi todos los días lograba practicar o moverme, en poco tiempo (¿dos semanas?) comencé a notar cómo todas las tendencias al desequilibrio físico que mantenía a raya con mi práctica, se acentuaron, siendo la principal, la escoliosis. También, me sorprendió bastante comprobar cómo las rodillas pierden la costumbre de estar en el suelo y, ese contacto que antes no se sentía, ahora dolía o molestaba. Hoy, me doy cuenta que una parte de mí deseaba estos cambios, dándole una pausa a mi atención de la hipervigilancia que implicaba el tipo de práctica que llevaba, descansando del temor a cometer errores porque hay una forma que alcanzar que es la correcta, etc. De alguna manera, hoy me doy cuenta que una parte de mí se sentía perdida en los detalles, un poco ciega, sin ver el bosque, por estar concentrada en un solo árbol.
Otro de los motivos por los que deseaba cambiar era porque quería tener la experiencia de trabajar en equipo: Ser una pieza pequeña dentro de un engranaje tanto más grande que yo. Mi lesión me había hecho cuestionarme muchas cosas del método Iyengar y me sentía bastante sola en ese cuestionamiento. Entonces, durante todos estos meses, estuve expuesta a mucha gente, la mayoría muy talentosas y generosas. El equipo al comienzo era un poco más pequeño pero hubo días donde sólo tras de cámara éramos más de 200 personas, ¡qué maravilla! Si bien la exposición a los demás se sentía muchas veces como una fuente avivadora de esas corrientes contra los que tanto luchamos en el yoga, al mismo tiempo, se sentía como una manera bastante real de conocerme a mí misma. Trabajar y conocer a tantas personas, incluso desde este lugar outsider que tuve, fue un regalo hermoso que me permitió poner en práctica muchos aprendizajes que creía comprender, al menos desde la teoría: la capacidad de lidiar con la presión, el aguante de mi sistema inmune, la estabilidad en el carácter, la intención clara de querer ser aporte no solo laboral sino en otros ámbitos también, etc. En definitiva, este cambio se sintió como una manera de descubrir cuánto de lo que pensaba que era, realmente soy.
Hoy en día, el yoga parece ser una gran sinécdoque donde una parte (āsana) se confunde con el todo (yoga). Para quienes enseñamos yogāsanas, a menudo resulta complicado transmitir todo lo que el yoga representa en una sola instancia. Sin embargo, son probablemente los aspectos filosóficos y las perspectivas que el yoga aporta sobre el mundo, la vida y la muerte, los temas que también nos fascinan y, sobre todo, nos dan sentido. Reflexionando sobre esto, es que creo que debemos llevar la práctica fuera del mat, permitiendo que se revele como lo que es, mucho más allá de āsana. Aunque esto parece obvio, la confusión persiste y es que expandir la práctica fuera del mat es algo que, definitivamente, es más fácil decir que hacer.



Ya llevo algunas semanas de vuelta haciendo clases y ha sido muy lindo retomar ese ritmo de estudio, práctica y enseñanza. Poco a poco, intento integrar las experiencias y aprendizajes, esperando compartir desde un lugar honesto y respetuoso. Si quieres sumarte a mis clases, hay cupos en todos los horarios. Toda la información está aquí. Comenzamos el nuevo ciclo mensual el lunes 03 de Junio.
Como siempre, gracias por leer. ¡Hasta la próxima!
🫀

Un comentario en “#21: Ponerme al día o cómo estuvo el viaje del mat al set, ida y vuelta.”
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